¿A quién le toca?
La tensión entre lo individual y lo colectivo en la crisis ambiental
Por Dayani Centeno-Torres
Por las noticias con las que en Puerto Rico cerramos el Mes del Planeta, parecería que no nos hemos enterado de la crisis ambiental, la desaparición de especies, ni el impacto de los combustibles fósiles en el calentamiento global. Mientras la Junta de Supervisión Fiscal considera reducir las protecciones a ecosistemas frágiles, con tal de fomentar ‘crecimiento económico’, la empresa que administrará el sistema público de energía eléctrica descarta explorar modalidades de energía renovable.
Sin embargo, cada año hay más iniciativas educativas sobre la necesidad de ahorrar agua, reforestar y reciclar los residuos (aunque no nos consta que el gobierno en efecto recicle los materiales recuperados). Estas campañas subrayan el poder de la persona para transformar su entorno, así como la urgencia de cambiar estilos de vida y de consumo a familiar. Dicen la verdad; aunque solo parte de la verdad.
Negocios, organizaciones sin fines de lucro y ciudadanos de corazón noble organizan limpiezas de playas y ríos… que se vuelven inconsecuentes frente a la ausencia de políticas públicas que detengan la contaminación en su raíz.
Muchísimas familias invierten en placas solares para sus casas (sea para economizar, para reducir su impacto ambiental o para sobrevivir la temporada de huracanes). Pero no logramos cambios en los niveles más altos de poder a favor de energía menos contaminante. Peor: vemos las barreras que se ponen a las comunidades y organizaciones innovadoras en este campo.
Está de moda sembrar huertos escolares, comunitarios y familiares. Cada vez se habla más de compostar y de evitar pesticidas químicos. Aún así, los municipios siguen usando pesticidas en su limpieza de caminos y carreteras — productos que fácilmente pueden llegar a esos mismos huertos.
Vemos, entonces, una tensión entre un esfuerzo titánico, pero individual, por detener la crisis ambiental y una dejadez en el nivel de lo sistémico: legislación, gobierno, sectores industriales. Terminamos regañando a las personas, y no usamos la misma fuerza contra las instituciones con capacidad para hacer cambios en la raíz del problema.
Esa tensión, sabemos, es artificial. Lo cierto es que hay que hacer lo pequeño y lo grande, lo individual y lo institucional. El reconocimiento de la responsabilidad personal es necesario. Sin embargo, la lógica (correcta) de que lo único que controlo es lo mío nos esconde otra gran verdad: los individuos que votan pueden convertirse en ciudadanía que reclama; las personas que compran se transforman en mercados que dictan pautas; la gente que colabora se vuelve un colectivo con poder. Los sistemas están compuestos de elementos: nosotros también somos el sistema.
¿A quién le toca, entonces? A todos nos toca consumir menos, y también nos toca votar mejor. Nos toca la prudencia en el uso del agua, y la denuncia de políticas que nos roban de calidad de vida. Nos toca hacer lo nuestro, y también exigir que nuestras instituciones hagan lo suyo.
Soluciones que no sirven (invitación a hablar sobre pensamiento sistémico)
En el estudio de cómo funcionan los sistemas, se le llama ‘soluciones que fallan’ a esas grandes ideas que al final del camino crean problemas peores, porque se implantaron con una mirada muy pequeña o no consideraron todos los factores del sistema. En Voz Activa trabajamos el tema de pensamiento sistémico para comunidades y organizaciones, para animarles a mirar sus retos y anhelos desde perspectivas amplias y a construir soluciones que funcionen. Si te interesa esta conversación, escríbenos a info@vozactiva.org y hablemos sobre cómo esta herramienta te puede ser útil.
La autora es consultora en comunicaciones y facilitadora de procesos participativos para organizaciones y comunidades en Puerto Rico, con formación en Comunicación para el Desarrollo y Teoría U. Preside Palabrería-Servicios de Comunicación y la organización sin fines de lucro Voz Activa.