Dientes de pala
En el archipiélago de Puerto Rico, pensando en mis ancestros un 12 de octubre
Mis dientes me conectan con mis ancestros taínos. Mi pelo y mi piel me remiten rápidamente a mi ascendencia afrocaribeña, pero con lo indígena es más difícil. Fuera de los nombres de lugares y comidas que todavía usamos en Puerto Rico, mis dientes son lo más concreto que me queda de esa herencia.
Cuando mis amistades latinoamericanas cuentan lo que aprenden de comunidades indígenas de sus países, me entristece no tener a taínos en mi vida. Recorro mis dientes incisivos con la lengua, y me digo: todavía están aquí, queda algo en mí. A veces, si me concentro mucho, llega alguna memoria muy difusa de mis bisabuelos maternos, quienes murieron siendo yo muy niña. Su piel y sus cabellos tan distintos a los que veía en el área metropolitana: eso es lo que recuerdo de ellos.
Esa ausencia duele. Como prácticamente todos los habitantes del archipiélago, llevo nuestra historia en los genes y el trauma en la memoria celular. Tengo los dientes de pala. El pelo rizo de mi abuelo paterno se manifiesta en las ondas del mío. Las pecas, supongo que vienen de la abuela de los ojos claros.
En la escuela nos enseñaron que somos una mezcla de españoles, taínos y africanos. Nos insistieron en la hermosura del resultado, pero no abundaron en el proceso. Mientras cantábamos a la puertorriqueñidad, nadie se detenía a pensar si el tatarabuelo violó a una indígena; o si sus ancestros aprendieron español a golpes del amo esclavista … pensar tal cosa angustia. El solo intentarlo es reconocer un dolor colectivo muy profundo que, por oculto, sigue tan vivo como una herida sin sanar.
No quedan libres de heridas los de apariencia más blanca. Es una pena distinta, pero pena al fin. Haber aprendido a temer y a menospreciar a quien se ve diferente hiere a quien odia y a quien es odiado, de distintas maneras. Mientras no lo aceptemos y procesemos, el dolor sigue ahí, generando conflictos, desprecios, violencias. Comprender esa historia es un paso para superarla.
Toca conectarse con ese origen, con esa pena, y con ese coraje. Cuando tenemos el cuadro completo de nuestro pasado (personal, familiar, colectivo), podemos reconocernos como las personas dignas, valiosas y únicas que somos más allá de la tragedia.
Desde esa mirada es posible validar lo que fue y conversar sobre lo que puede ser. Quiero pensar que cuando hacemos ese trabajo el trauma va sanando, y el dolor se alivia para las próximas generaciones.
Nos imagino con ese dolor manejado. ¿Qué nos quedaría, atendidas las heridas ancestrales? Paz y libertad para ser lo que somos. Esta tierra que nos sostiene — bondadosa con todos los seres que la habitan. El aire que respiramos por igual y el mar que nos arrulla sin distinciones. Nos quedaría un Puerto Rico diverso que asume su pasado para construir un futuro más justo. Así lo quiero.
La autora es consultora en comunicaciones y facilitadora de procesos comunitarios en Puerto Rico, con formación en Comunicación para el Desarrollo y Teoría U. Preside Palabrería-Servicios de Comunicación y la organización sin fines de lucro Voz Activa.